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Momentos fuera del escenario: El poder del intercambio informal

De Catalina Gómez

Catalina Gómez and Leonor Palacios, palm fiber artisan (Chocó, Colombia)
Catalina Gómez and Leonor Palacios, palm fiber artisan (Chocó, Colombia)
Photo courtesy of Catalina Gómez

En Julio tuve el privilegio de servir como intérprete y presentadora en el programa Colombia: La Naturaleza de la Cultura del Smithsonian Folklife Festival 2011. Como colombiana viviendo en el extranjero, esta fue una experiencia increíble para mí. ¡Qué gran obsequio fue poder  llenarme con la hermosa energía y riqueza de mi cultura y haber tenido la oportunidad de traducir y transmitir el conocimiento y las tradiciones de mi país natal al público angloparlante en Washington D.C.!

Nací y fui criada en Colombia, pero dejé el país cuando tenía doce años. Actualmente vivo en Washington D.C. Durante el Festival, fue como si una versión miniatura de mi país hubiese viajado y se hubiese instalado en el Parque Nacional de Washington D.C. ¡No lo podía creer! De un momento a otro estaba en la ciudad en la que vivo, pero también estaba en Colombia. Aún más, las exhibiciones no sólo me transportaron a Bogotá, mi ciudad natal, sino que me llevaron por toda Colombia: estaba en el Altiplano, en el Bosque Húmedo del Pacífico, estaba en el Amazonas, en los Llanos.... Repentinamente estaba sumergida en la diversidad geográfica y cultural de mi país, asimilándola de forma intensa de los verdaderos portadores de las tradiciones y la cultura —quienes habían viajado al Festival con el fin de compartir su conocimiento.

El ‘ecosistema’ en el que trabajé como intérprete fue el Bosque Húmedo del Pacífico, departamento del Chocó. Antes y durante el Festival, pasé por el proceso de asimilar y aprender sobre las prácticas culturales de esta región a través de mi propia investigación y al leer el material que el Smithsonian y la Fundación Erigaie en Colombia habían producido como preparación para el evento; pero aún más importante, a través de activas conversaciones con los participantes, quienes vinieron a Washington D.C. a enseñarnos sobre la cultura chocoana. Pasé la mayor parte del mi tiempo con las cantaoras de alabaos (los alabaos son canciones cantadas a capela durante los funerales). Serví como intérprete durante las demostraciones de las balsadas,  que son procesiones ribereñas donde se honra a San Francisco y San Antonio, santos patrones del Chocó. También ayudé en otras presentaciones exhibiendo los artistas del ecosistema del Pacífico: carpinteros, artesanos que crean productos de la fibra de palma y cocineros que demostraron especialidades regionales como el “arroz clavado”.

Como intérprete estuve  aprendiendo, asimilando, observando, escuchando constantemente y simultáneamente traduciendo, transmitiendo esta información al público. Fue intenso, desafiante pero sin duda fue increíblemente gratificante. Uno de los aspectos más importantes de los que me percaté durante el festival fue la forma en que los momentos “fuera del escenario” se pueden volver experiencias claves de diálogo y generación de vínculos culturales. Algunos de los momentos más intensos y verdaderamente agradables tuvieron lugar durante los “intermedios”, antes y después de las presentaciones formales.

He aquí una descripción de uno de esos momentos fuera del escenario: Ya en los últimos días del Festival y después de una presentación, yo me encontraba descansando con Cruz Neyla, una de las cantaoras de funerales. Ella había venido de Andagoya, Chocó, para presentar lo que frecuentemente hace en su pueblo durante los funerales de los miembros de la familia y la comunidad. Estábamos sentadas en el ataúd vacío que era parte de la demostración performativa de los alabaos y los gualíes, que tenían lugar dos veces al día. Ella comenzó a contarme cómo había cantado un alabao a su madre en la noche de su fallecimiento. Su expresión se volvió más tensa, y pude notar que aquel evento había ocurrido recientemente y que ella aún estaba en duelo. Me di cuenta entonces que en ese momento estábamos hablando sobre una práctica específica en su cultura local —los cantos de alabaos— pero también sobre algo totalmente universal: el dolor de perder a un ser querido.

Unos minutos después una visitante del Festival se acercó a nosotros con su pequeño hijo. Atraída por la presencia del ataúd y de su inusual entorno, nos preguntó en qué consistía ese espacio. Luego de que le describimos las tradiciones funerales de la región, le preguntó a Cruz Neyla si podía cantar un poco para ella y Cruz Neyla accedió con gusto.

Cruz Neyla comenzó a cantar de una forma que yo no había presenciado durante sus presentaciones previas de alabaos para el público. Yo sabía que ella estaba cantando para su madre. Ella estaba cantando con sus ojos cerrados y en la mitad de la canción, paró; no pudo continuar. Comenzó a llorar. Los ojos de la visitante también empezaron a aguarse y me contó que su padre había fallecido recientemente. Cruz Neyla la miró y le dijo que ella había perdido a su madre recientemente y que le estaba cantando a ella. Se miraron la una a la otra, y supe que se estaban conectando sin necesidad de hablar. Yo traduje lo que cada una le decía a la otra pero en ese momento supe que la traducción no era necesaria. Estas dos mujeres se estaban comunicando en un modo tan profundo y genuino, que en ese instante estaban completamente conectadas debido al dolor y a la belleza de la canción que Cruz Neyla cantó a su madre fallecida. Creo que ese momento fue un ejemplo perfecto de cómo las expresiones y tradiciones culturales pueden ser manifestaciones externas y localizadas de realidades universales de la condición humana. En mi opinión, el Smithsonian Folklife Festival alcanzó una forma ideal a la hora de exhibir las culturas tradicionales. La participación de portadores culturales abre un espacio de expresiones puras y espontáneas de la cultura. Los participantes entienden que sus tradiciones son consideradas valiosas, por lo que durante el Festival se sienten orgullosos y toman este intercambio pedagógico muy seriamente. En los diez días del Festival pude atestiguar muchos intercambios culturales genuinos y significativos. Estos encuentros inspiraron nuevas preguntas. Y por un corto período de tiempo, nuevas maneras de relacionarse surgieron entre aquellos que interactuaron.  Para mí, la experiencia al participar en estos intercambios fue absolutamente inolvidable.

Catalina Gómez nació en Bogotá, Colombia. Reside en Washington D.C., donde trabaja como Asistente de Programas en la División Hispana de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Obtuvo su pregrado en Artes Visuales y Literatura Latinoamericana en la Universidad de California, San Diego (Estados Unidos) y tiene una Maestría en Cultura Visual de la Universidad de Barcelona (España).Le apasiona la literatura, los estudios culturales y las artes —también trabaja independientemente como ilustradora.


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